viernes, 17 de diciembre de 2010

Del peligro de preferir la seguridad a la novedad.

   Pesado paño negro perdiéndose hacia los lados, hacia arriba en la oscuridad cuelga en pliegues verticales que movidos por una corriente de aire imperceptible ondean un poco de vez en cuando.
 
   Le habían dicho que ése era el telón del escenario y que en cuanto empezase a alzarse, él debería iniciar inmediatamente su baile. Le habían inculcado que no se dejase confundir por nada, pues desde allí arriba se tenía a veces la impresión de que el patio de las butacas no era más que un obscuro abismo vacío, otras veces parecía que se contemplaba el ajetreo de un mercado o una calle animada, un aula de colegio o un cementerio, pero que todo eso era una ilusión de los sentidos, en una palabra, que sin preocuparse lo más mínimo por la sensación que tuviese, por si alguien le mira o no, empezase, al mismo tiempo que se alzaba el telón, a bailar su solo.

   Así estaba, pues, allí, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano derecha colgando, la izquierda apoyada sueltamente en la cadera esperando el comienzo. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba, cambiaba esa postura, convirtiéndose, por así decirlo, en su imagen inversa reflejada.

   Todavía no quería alzarse el telón.
 
   La poca luz que venía de algún lugar en lo alto, se concentraba sobre él, pero apenas era lo bastante fuerte para que él pudiese ver sus propios pies. El círculo de claridad que le rodeaba le permitía distinguir vagamente el pesado paño negro que tenía delante. Ese era el único punto de referencia para la dirección que tenía que seguir, pues el escenario se hallaba en absoluta obscuridad y era vasto como una llanura.

   Se preguntó si había decorados y lo que podían representar. Para su baile no tenían la mayor importancia, pero le hubiera gustado saber en qué entorno le iban a ver. ¿Un salón festivo? ¿Un paisaje? Sin duda, al alzarse el telón cambiaría la iluminación. Entonces también se aclararía esa cuestión. Estaba de pie esperando, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano izquierda colgando, la derecha apoyada descuidadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio lo obligaba, cambiaba de postura, convirtiéndose de nuevo en la imagen inversa de su imagen reflejada.

   No debía dejarse distraer, pues en cualquier momento podía alzarse el telón. Entonces tenía que estar presente en cuerpo y alma. Su baile comenzaba con un poderoso golpe de timbal y un furioso torbellino de saltos. Si se retrasaba en la entrada todo estaba perdido, nunca recuperaría el compás inicial. Mentalmente repasó una vez más todos los pasos, las piruetas, entrechats, jettés y arabesques.

   Estaba satisfecho, tenía todo presente. Estaba seguro de que estaría bien. Ya oía crecer los aplausos como el dorado fragor del mar. También repasó una vez más el saludo, pues era importante. Quien lo hacía bien podía a veces prolongar considerablemente el aplauso. Mientras pensaba en todo esto estaba de pie esperando, una pierna cruzada sobre al otra, la mano derecha colando, la izquierda apoyada ligeramente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio lo obligaba, cambiaba de postura, transformándose de nuevo en la inversa imagen reflejada de su imagen reflejada.

   El telón seguía sin alzarse y se preguntó cuál podría ser la causa. ¿Habían olvidado quizás que él ya estaba allí en el escenario, listo para empezar? ¿Le buscaban quizás en su camerino, en la cantina del teatro o incluso en su casa, le buscaban angustiados y desesperados? ¿Debía hacerse notar en la obscuridad del escenario, avisar o hacer alguna señal con la mano? ¿O no le buscaban y había sido aplazada la representación por algún motivo? ¿La habrían suspendido al final sin avisarle? Quizás se habían ido todos hacía tiempo sin acordarse de que él estaba allí esperando su actuación.  ¿Cuánto tiempo llevaba ya allí? ¿Quién le había asignado además ese lugar? ¿Quién le había dicho que ése era el telón y que en cuanto se alzase debía iniciar su baile? Empezó a calcular cuántas veces se había convertido ya en su imagen reflejada y en la imagen reflejada de su imagen reflejada, pero inmediatamente se lo prohibió para no verse sorprendido por el súbito alzamiento del telón o quedarse mirando impotente al público sin recordar su papel. ¡No, tenía que permanecer tranquilo y concentrado! Pero el telón no se movía.

   Poco a poco la feliz excitación inicial fue dando paso a una profunda amargura. Tenía la sensación de que estaban abusando de él. Tenía ganas de echar a correr del escenario para quejarse enérgicamente en alguna parte, para gritar a alguien a la cara su desilusión, su rabia, para armar un escándalo. Pero no sabía muy bien a dónde tenía que correr. Lo poco que veía del paño negro que tenía delante era su única orientación. Si abandonaba aquel lugar, andaría a ciegas en la oscuridad y perdería infaliblemente toda orientación. Y era muy probable que precisamente en ese instante se alzase el telón y sonase el golpe del timbal del comienzo. Y entonces estaría en un lugar totalmente incorrecto, con las manos extendidas como un ciego, quizás incluso de espaldas al público. ¡Imposible! La idea le hizo enrojecer de vergüenza. No, no, tenía que permanecer a toda costa donde estaba, quisiera o no, y esperar a que le diesen una señal, si es que se la daban. Así que estaba allí de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, lam ano izquierda colgando lacia, la derecha apoyada pesadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el agotamiento le obligaba, cambiaba de postura, convirtiéndose por enésima vez en su imagen reflejada.

   En algún momento perdió la fe en que el telón se alzase alguna vez, pero al mismo tiempo supo que no podía abandonar su sitio, y que no podía descartarse la posibilidad de que a pesar de todo se alzase, contra todo pronóstico. Hacía tiempo que había desistido de abrigar esperanzas o de irritarse. Sólo podía seguir de pie donde estaba, sucediera lo que sucediera. Ya no le importaba su actuación, que se convirtiese en un éxito o en un fracaso o que no tuviese lugar. Y como ya no le importaba nada su baile, olvidó uno tras otro todos los pasos y saltos. De tanto esperar, olvidó incluso por qué esperaba. Pero se quedó de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, ante sí el pesado paño negro que se perdía hacia arriba y hacia los lados en la obscuridad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Del vivir en urgencia

Te comparto uno de los últimos poemas de Charles Bukowsy. Este es uno de los escritos que más han marcado mi vida.

Considero que es un ejemplo perfecto de cómo el miedo, las creencias limitantes y las experiencias del pasado nos hacen perder el tiempo y nos impiden disfrutar de la vida intensamente, nos alejan de lo importante, convierten la vida en algo gris. Al final, la luz siempre logra brillar a través de la bruma. Pero ¿por qué esperar hasta el final? Recuerda que tenemos muy poco tiempo y lo que no hayas vivido hoy, puede que ya no lo vivas nunca.

CONFESIÓN

Esperando la muerte
como un gato
que va a saltar sobre la cama
me da tanta pena mi mujer
ella verá este
cuerpo
blanco
rígido lo zarandeará una vez y luego
quizás
otra:
"¡Hank!"
Hank no responderá.
No es mi muerte lo que
me preocupa, es mi mujer
que se quedará con este
montón de nada.

Quiero que
sepa
sin embargo
que todas las noches
que he dormido a su lado
incluso las discusiones
más inútiles
siempre fueron
algo espléndido
y esas difíciles
palabras
que siempre temí
decir
pueden decirse
ahora:

Te amo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Del miedo, el dolor y el odio

Transcribo para ti las sabias palabras de Sri Amma y Bhagavan, gurúes de La India, creadores de la Bendición de Unidad conocida como Diksha, transmisión de energía por imposición de manos con el fin de generar conciencia. Te invito querido visitante a que leas las palabras que siguen con el corazón, no con la mente, no con los ojos sino desde un lugar más cercano a tus vísceras:

Uno de los principales requisitos para tener buenas relaciones es tener seguridad adecuada. Si hay inseguridad sin duda surgirán conflictos. La seguridad financiera es una contribución muy importante para el sentido de estabilidad que cualquiera experimenta. Es por eso que cuando hay un déficit financiero, el miedo y la inseguridad resultantes tienen la tendencia de mostrarse en las relaciones.

Para poder manejar la situación necesitas entender la segunda ley espiritual que rige el destino, la Ley de las Emociones.

El Universo dice: "Manifiestas lo que temes, manifiestas aquello que odias, manifiestas lo que amas".

Primero entendamos la diferencia entre pensamientos y emociones. Los pensamientos son ocurrencias azarosas que en realidad no te lastiman, no pueden asustarte, no tienen tal fuerza que los respalde. Las emociones, por otro lado, son pensamientos cargados de intensidad, pensamientos que son repetitivos, entonces con lo que estamos lidiando aquí, son emociones y no puros pensamientos.

"Manifiestas lo que temes" dice la ley. El miedo es una emoción primigenia, se puede decir que es la madre de todas las emociones dolorosas. Los celos, son el miedo a ser descartado, la ira es el miedo a no saber qué más hacer, el dolor es el miedo a ser ignorado o insultado y podríamos continuar infinitamente.

Entendamos esto a través de una pequeña historia:

Una vez en los Estados Unidos, se extendió la noticia de que un asesino serial estaba matando a mucha gente y se le advirtió a la población que no recibiera extraños en sus casas. Había una anciana que ignoraba todo esto y que vivía en los suburbios completamente sola, era una noche lluviosa y de repente alguien entró a su casa. Al despertar de su apacible siesta en su mecedora, la anciana vio a un hombre parado frente a ella completamente mojado y armado con un garrote. Ella lo vio iluminado por la luz de una vela y le dijo:"hijo, debes de tener frío y estás mojado, sécate y caliéntate". El hombre estaba confuso y por unos momentos soltó el garrote y se sentó junto a la chimenea. La anciana continuó: "Debes de tener hambre, hijo, ve a la cocina y come algo". Él comió lo que encontró en la cocina y salió de la casa hacia la oscuridad de la noche. Cruzó la calle corriendo y entró en la siguiente casa. Mientras la familia gritaba de terror, él usó su arma en ellos.

¿Por qué la respuesta del asesino fue tan diferente en uno y otro caso? Por que tú eres el combustible para las respuestas que las otras personas tienen contigo. Ya que la anciana no tenía miedo, el asesino serial no pudo lastimarla, en tanto que los que se aterrorizaron fueron asesinados.

Si bien este es un ejemplo extremo, el principio se extrapola adecuadamente a la vida de cualquiera: tu atraes las personas y eventos que temes.

Reflexiona: ¿Cuáles son las situaciones en torno a las que gira tu miedo?, ¿Cómo se trasmuta tu miedo?, ¿Se convierte en celos o ira? ¿En dolor? ¿O se convierte también en paz?

De la misma manera,"Tú manifiestas lo que odias". Al odiar el abuso verbal por años, te regodeas en él. ¿Cuántas veces en la vida has tenido que morderte la lengua para decir y hacer exactamente las cosas a las que te oponías y que odiabas? Tú odias esta energía y la liberas hacia el Universo y el Universo la rebota.

Sin embargo, la ley también dice:"Tú manifiestas lo que amas".  Si amas, visualizas y deseas algo, el universo se apresura a dártelo. Con frecuencia la vida da una vuelta brusca y tu amor y pasión se van en picada. En lugar de invertir energía en odiar, inviértela en amar. En lugar de temer el conflicto, ama la paz, en lugar de odiar la pobreza, ama la riqueza.

Pero ¿cómo es que las emociones que son el mero resultado de reacciones bioquímicas en tu cerebro toman tal fuerza? Las emociones que no son reconocidas y aceptadas por ti en el curso de tu vida se acumulan en las capas más profundas el inconsciente y todo lo que es rechazado regresa con más fuerza y distorsionado. Es por eso que cuando las personas se complacen en la regularidad de los conflictos familiares sus problemas se complican aún más hasta convertirse en una situación sin salida.

¿Cuál es la solución a todo esto? A pesar de todos nuestros esfuerzos y buenas intenciones, el miedo y la decepción persisten. De ahí que la única solución es reconocer y aceptar el hecho de su existencia sin esconderse de ellos. Esto es ser íntegro.

Cualquier cosa que es reconocida y aceptada deja de ser destructiva. Esto no quiere decir que vayas por ahí hablando y expresando estas emociones con las personas que te rodean.

Lo único que necesitas hacer es ser íntegro contigo mismo(a) y eso involucra tres simples pasos:

1. Siéntate calladamente y observa tu respiración,
2. Muévete a un espacio de paz y relajación.
3. Reconoce esa emoción, ya sea miedo, dolor u odio. Repítete a ti mismo: "si, estoy dolido(a), tengo miedo o estoy enojado(a)". Está bien.

Una afirmación interna de la verdad ayuda a aceptarte y abrazarte a ti mismo(a).

Esta práctica la puede hacer cualquiera, en cualquier momento cuando las emociones estén bloqueadas o cuando la vida va en la dirección no deseada, para regresarla hacia la abundancia y la satisfacción. Si tu cultura lo permite, podrían sentarse a orar en familia durante los momentos de stress. Comprobarás que será un gran catalizador de energía e invocará la Gracia de la Divinidad a tu vida.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Del fantaseo, la queja y el parloteo

Tres actividades que conforman y confirman prácticamente toda la experiencia del sufrimiento humano son el fantaseo, la queja y el parloteo.

Comencemos por aclarar un error conceptual sumamente difundido en las escuelas de pensamiento occidental moderno: el ser no es su mente, no lo es, la mente es sólo una esfera de quehacer, de experiencia mundana. La mente como entidad debe ser educada y domesticada a fin de utilizarla para lo que fue concebida en el gran plan original. El riesgo que contraemos al fallar u obviar esta tarea es que la mente desbocada nos juegue malas pasadas.

Una mente no entrenada vuela hacia lugares que ella elige por nosotros, entonces es fácil que genere ideas tales como: mi pareja ya no me ama, me van a robar, voy a perder todo lo que tengo, moriré solo(a) y sin amor, etc. Ideas que normalmente generan sufrimiento y que nada tienen que ver con la experiencia presente, simplemente son fabricaciones, ilusiones, conclusiones que se refieren a un futuro que no existe y que con probabilidad nunca existirá. De igual modo, la mente libre va hacia el pasado y selecciona con perversa exactitud aquellos eventos que vivimos como tristes o angustiantes, recobrando esas sensaciones en el aquí y en el ahora, sensaciones que no corresponden al contexto de realidad que estamos viviendo. Algunos eligen generar fantasías de lo que les gustaría tener o ser, se imaginan entonces millonarios, atléticos, enamorados, etc. Al final la realidad contrasta con la fantasía generando desilusión, al final lo único que hay es tiempo perdido.  Te pido que por un momento interrumpas esta lectura y que observes tu entorno, observa tu computadora, la mesa en la que se apoya, las paredes que te rodean, las personas que se encuentran ahí. El clima, la atmósfera y verás que en el aquí y ahora, las cosas están bien. Están bien y tu no necesitas nada, nada necesitas, no necesitas tu computadora, ni a las personas que te rodean y con toda seguridad después de tomar un poco de agua tampoco necesitarás de ella. En el ahora, no necesitamos y cuando no necesitamos podemos experimentar la verdadera libertad, paz interna y bienestar, pero esto sólo se logra callando a la mente, controlando su flujo de pensamientos, seleccionando aquellos que me hacen bien y dejando pasar los otros de manera rápida.

Recuerda esto: a tu mente le gusta viajar del pasado al futuro y viceversa, no le gusta el presente porque en el presente se aquieta y tu mente es un pequeño hiperactivo ávido de movimiento, detén tu mente y haz que se calle, que se enfoque en el ahora y vivirás el bienestar.

Las quejas son otro mecanismo pernicioso. La queja es la perpetuación del malestar temporal. Un evento tiene lugar en nuestra realidad, es un evento que nos genera molestia o disconfort. Es un evento de corta duración, como todos los eventos en la vida. Entonces el ser humano ávido de atención reclama, cuenta, recuenta, se queja una y otra vez reviviendo el evento y convirtiéndolo en una experiencia duradera. La ponchadura de la llanta por la mañana, la discusión con la pareja, el malentendido con el jefe o la situación económica del país, todo esto es pasajero y temporal, pero lo convertimos en eventos de días, de meses, de años a través de la queja.

Te comparto uno de los saberes más profundos de la Cábala: "La vida no te da lo que quieres, te da lo que necesitas".  Entonces ¿para qué quejarse? Mejor ocúpate, reflexiona, vivencia, integra, ¿qué me quiere enseñar la vida a través de esta experiencia? ¿cuál es el aprendizaje detrás de estos eventos? No te quejes más y evitarás un enorme monto de sufrimiento.

El parloteo (o chismorreo) es otro de esos elementos generadores de sufrimiento. La descarga de energía a través de la palabra mal empleada es brutal. Decía Martín Dematéis que en cierto periodo de su vida en que pasó cierto retiro espiritual, los únicos días en que se había sentido fatigado eran en los que hablaba con otras personas. Adicionalmente, hay que tomar en cuenta el grave peligro que el parloteo encierra: desboca la mente, no la controla sino que promueve su libre transitar por ideas, pensamientos, sensaciones. Los buenos chismes casi nunca tienen que ver con cosas agradables, positivas o que enaltecen a los protagonistas, más bien tienen que ver con desgracias, con críticas (cada vez que criticas a alguien, tu aura se fisura y permite la entrada de energías que no deberían mezclarse con la tuya), con ideas insidiosas y opiniones injustificadas al respecto de los demás. Los chismes en sí generan un estado de energía de muy baja frecuencia, pesada, densa, además de que impiden que el hablante se autoobserve, generando inconsciencia, falta de atención, sufrimiento.

En suma, la mente controlada, los pensamientos seleccionados, la aceptación de los eventos cotidianos como eso, sólo eventos y el silencio interno como modo de vida son las llaves para una experiencia de vida más armónica y feliz. Inténtalo, no es tan difícil, te llevará a vivir en el aquí y en el ahora y no hay mejor momento para estar. La plenitud está a tu alcance hoy.

viernes, 1 de octubre de 2010

De las enfermedades psicosomáticas

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término psicosomático de la siguiente manera: "Que afecta a la psique o que implica o da lugar a una acción de la psique sobre el cuerpo o al contrario".

Desde la antigüedad, especialmente en las culturas orientales, se ha estudiado la estrecha relación que existe entre las enfermedades y las emociones. La medicina alopática, o medicina occidental se enfrenta a muchos dilemas que no es capaz de explicar: ¿por qué entre dos individuos con las mismas condiciones físicas y expuestos a las mismas circunstancias, sólo uno de ellos contrae un virus y el otro no?, ¿por qué algunos pacientes con VIH no contagiaron a sus parejas sexuales?, ¿cómo es que un tejido necrótico es capaz de regenerarse celularmente? Todas estas cuestiones son englobadas en los famosos "misterios de la medicina moderna" pero son tranquilamente resueltos a través de otras disciplinas como la acupuntura, la homeopatía y la medicina ayurveda, que contemplan al individuo como una sola unidad indisoluble y desde este paradigma tratan a la enfermedad como un desequilibrio que aqueja a todo el sistema.

En un breve resumen y a muy grandes rasgos establezcamos que desde este marco de pensamiento, un organismo que se encuentra bien alimentado, descansado y emocionalmente equilibrado NO ES susceptible de enfermar.

Todas las enfermedades tienen una correlación emocional. Si investigamos un poco, comprenderemos por qué un individuo padece del riñón derecho y no del izquierdo, o de los dientes.  Por qué se fracturó la rodilla o el brazo, o qué rasgo de la personalidad es común en todos los pacientes que acuden al consultorio del cardiólogo o al del oncólogo.  Estas relaciones han sido estudiadas y retomadas por el psicoanálisis por ejemplo, en donde la interpretación del inconsciente revela los verdaderos motivos y significados que tienen las enfermedades en la vida del paciente.

El trasfondo está en la vida del enfermo, en los aspectos importantes que la conforman y que no ha sido capaz de integrar de una manera armónica. Pero esto sólo nos explicaría (y soy consciente de que con las afirmaciones anteriores, el lector puede quedar con más dudas que respuestas) la génesis de la enfermedad, no así su evolución y mucho menos su cura.

Una concepción igualmente errónea (y por demás peligrosa) es creer que una enfermedad que se ha depositado en el cuerpo puede desvanecerse o curarse únicamente a través del pensamiento positivo o del equilibrio emocional. Por supuesto que estos son factores que coadyuvan a la recuperación del paciente, sin embargo, recordemos que la enfermedad es sistémica y afecta a la unidad en su totalidad.

Cuando observamos un órgano enfermo, observamos en realidad el resultado de un largo proceso interno, proceso que comenzó como un desequilibrio emocional y energético derivado de ciertos factores que aquejaron al individuo y que este no supo manejar adecuadamente. Al final, la evasión del problema o su persistencia en la vida del paciente lo llevan a depositarse en el cuerpo. No podemos sólo tratar al cuerpo, no podemos sólo tratar a la mente, no podemos sólo hacer meditación. Si nuestro objetivo es la cura, una cura real e integral, hay que hacer todo el trabajo de regreso, desandar el camino. Tratar el cuerpo es el primer paso, y hacer el trabajo interno que finalmente reequilibrará la energía y la psique.

Las enfermedades son sólo el síntoma de un proceso mucho más grande de descomposición, pero el cuerpo que ha enfermado necesita tratamiento. Tratamiento médico, bajo riesgo, en caso de no recibirlo, de continuar una perniciosa evolución del caso a pesar de toda la meditación y optimismo con que se enfrente.

De igual forma, la medicina alópata nos ha acostumbrado a tomar una píldora cada ocho horas durante dos semanas para que el mal desaparezca. Lo que trata en realidad es el síntoma, el órgano aquejado, no la enfermedad. Si buscamos una cura real, es necesario un tratamiento integral que nos guíe de vuelta a la salud. Las enfermedades no son cáncer, diabetes, gripe. No son rinitis, alergias, cefaleas; las enfermedades son en realidad el miedo, enojo, rencor, evasión.

Poblaciones enteras afectadas por el cáncer, poblaciones que no lo presentan o que lo presentan en un grado mínimo. Poblaciones que no son susceptibles a la senilidad en la senectud, poblaciones que no padecen alergias, o gripe. ¿Cuáles son las causas, los factores? ¿Cuestiones de raza, fenotipo, genotipo, modo de vida, educación o herencia? Dada la nimia diferencia cromosómica entre las razas humanas, la herencia queda descartada, nos inclinamos entonces al modo de vida o a la educación. Quedan muchas preguntas por responder en este sentido.

En oportunidades futuras ahondaré en los mecanismos particulares de algunas enfermedades, sus significados internos y el modo de contrarrestarlas.

Sin embargo, mi querido visitante, por ahora me quedo con las evidencias actuales, en muchas de las cuales he sido un honrado testigo de lo que muchos médicos llaman milagros, por lo que te invito: no te acostumbres a vivir con la gastritis controlada, no te acostumbres a tener migrañas de vez en cuando, no te acostumbres a tener altos niveles de colesterlol ni te creas que enfermedades como la diabetes son incurables. Tú te mereces más que eso, te mereces un cuerpo enteramente sano. Revisa, revisa qué te llevó a enfermarlo y atiende tanto el cuerpo como las razones que te dejaron en ese estado. Se valiente y emprende ese camino a tu interior mientras cuidas amorosamente de la máquina maravillosa que te ha permitido experimentar la vida y el mundo: tu cuerpo.

martes, 14 de septiembre de 2010

De la autoestima

La autoestima es un concepto que se ha explorado desde hace algunas décadas. Algunos teóricos lo definen como el amor hacia uno mismo, otros hablan de componentes narcisistas, otros lo relacionan con el locus de control y con las expectativas de autoeficacia, la percepción emocional profunda que la gente tiene de sí misma, etc. Definiciones hay muchas... demasiadas diría yo. Sin embargo, parecen servir de poco, cuando la normalidad de los individuos hace su autoevaluación y concluye que sus problemas, síntomas o malestares emocionales se relacionan con una baja autoestima y no saben qué hacer al respecto.

He escuchado muchas veces en el consultorio a mis pacientes decir que tienen baja autoestima o que necesitan trabajar en su autoestima dado que se sienten tristes, deprimidos o devaluados. Si bien pocos entienden a profundidad este concepto, la generalidad lo relacionan con aspectos ligados a la personalidad y a la evaluación que hacemos de nosotros mismos.

Desde esta óptica hago a continuación una propuesta que facilite el manejo de este término. Quede claro para el lector de este breve espacio en la red, que no pretendo resumir, redefinir, teorizar, reorganizar o desechar los estudios que al rededor de este componente de la personalidad se han hecho a lo largo de años. Para estos efectos, podrían ustedes referirse por ejemplo a Virginia Satir, quien abordó el tema con cierto rigor científico/teórico. Por el contrario, la propuesta que te presento, mi estimado visitante, es un abordaje sencillo, manejable, contable, pesable y medible de este tema que ha sido (y me atrevo a sugerir que seguirá siendo por años) motivo de estudio y reflexión.

AUTOESTIMA DESDE UNA PERSPECTIVA CONCRETA

Un automóvil circula por una autopista, el conductor nota que el indicador de bajos niveles de combustible se enciende. En ese momento, el conductor sabe que le queda gasolina suficiente para cinco kilómetros más. Decide salir de la autopista en virtud de que es más probable encontrar una gasolinera en alguna población que sobre la autopista misma, de modo que sale de la carretera en la primera oportunidad, ubicada dos kilómetros después de haberse encendido el indicador.

El conductor sabe entonces que cuenta con combustible suficiente para tres kilómetros más y necesita tomar una decisión, doblar a la derecha o a la izquierda. Si dobla a la derecha y no encuentra una gasolinera en tres kilómetros, quedará varado en medio del poblado. Si por el contrario, toma el camino de la izquierda y cambia de parecer un kilómetro y medio después, sólo tendría gasolina para regresar al punto cero. ¿Qué hacer? En este caso, cualquier decisión que se tome y que sea equivocada, traería consecuencias de importancia, la principal de ellas: la imposibilidad de generar nuevas acciones de solución o cambio.

La autoestima es similar, es la cantidad de combustible que traemos en el tanque y lo que eso nos hace sentir en determinadas situaciones.

Cuando hablamos de autoestima, en realidad hablamos del rango de posibilidades que observamos frente a nosotros para poder lograr un objetivo planteado. Entre más posibilidades observamos, más capaces nos sentimos y podemos entonces afirmar que nuestra autoestima es elevada en esa área del desarrollo en particular. Sin embargo, seguramente habrá muchas otras áreas en las que no nos percibamos tan funcionales y por ende, nuestra autoestima será baja en ellas.

Por ejemplo, imaginemos a un ejecutivo exitoso. Esta persona es capaz en su trabajo, tiene dificultades diarias pero cuenta con un enorme abanico de posibilidades para poder manejar estas dificultades. Cuando los obstáculos ocurren presenta la solución uno, si esta no funciona, no importa, existe la posibilidad dos o la tres o la cuatro y hasta la cuarenta y cinco. Cuenta con muchas posibilidades frente a esta situación dada. Hablando entonces de situaciones de trabajo, su autoestima es alta.

Sin embargo, cuando este hombre se pone el saco por las noches y toma su portafolios para salir de su oficina, se siente solo y deprimido. No tiene una relación de pareja y se siente incapaz de conocer a alguien especial y retenerle a su lado. Cuando está en una situación social en donde puede conocer gente nueva y hacer vínculos que lo acerquen a su tan esperada relación, no sabe qué decir, se siente torpe, se pone rígido, pesado, antisocial. Los comentarios que hace alejan a la gente o simplemente la aburren y al final se queda solo, o platicando con los amigos de siempre acerca de las mismas cosas. No es capaz de observar posibilidades efectivas de acción en estas situaciones y por tanto se queda estático, inactivo, atado de manos. Su autoestima, en cuanto a relaciones sentimentales es muy baja.

La autoestima, desde esta óptica, es entonces variable y sujeta a manipulación. Cuando observamos un amplio marco de posibilidades frente a una situación dada, nos sentimos capaces, poderosos, tranquilos, fuertes... en cambio cuando sólo contemplamos un camino de acción, en caso de que este falle, nos quedamos atados de manos experimentando frustración y tristeza.

Cuando alguien desea incrementar su autoestima, lo único que necesita hacer es tomar una hoja de papel y comenzar a anotar diferentes posibilidades de acción frente al evento en el que se siente incapaz. Escribir todas las posibilidades que lo llevarían a un nuevo lugar, al área de novedad.  Tal vez no todas los caminos son accionables, tal vez algunos elementos de la lista están fuera de la lógica, sin embargo, el contar con ellos nos da una especie de "colchón" en caso de que otras posibilidades más funcionales fallen.

Tal vez al principio esta lista en sí no nos reporte un alivio total, pero poco a poco entrenaremos a la mente a buscar escenarios de solución novedosos, en lugar de permanecer en el espacio conocido del drama personal. Por que es en la novedad en donde se dan las soluciones y es gracias a la novedad que la autoestima crece.

martes, 31 de agosto de 2010

De la ayuda a la autoesclavización.

En tiempos de magos y aventuras, en una tierra muy lejana, un padre y su hijo habitaban en una ciudad-laberinto. El hijo se había soñado alas bajo la experta dirección del padre. Durante años las había creado, pluma por pluma, músculo por músculo, huesecillo por huesecillo en largas horas de trabajo y sueño hasta que tomaron forma. Ya que habían crecido en la posición correcta, había aprendido a moverlas poco a poco. Había sido una dura prueba para su paciencia seguir practicando, hasta que tras interminables y vanos intentos fue por primera vez capaz de elevarse por los aires por unos instantes. Luego cobró confianza en su obra, gracias a la benevolencia y severidad inquebrantables con que le guiaba su padre. Con el tiempo se había acostumbrado tan por completo a sus alas que las sentía como parte de su cuerpo, tanto que experimentaba en ellas dolor y bienestar. Al final había tenido que borrar de su memoria los años en que había estado sin ellas. Ahora era como si hubiese nacido con alas, como con sus ojos o manos. Estaba preparado.

No estaba en absoluto prohibido abandonar la ciudad-laberinto. Al contrario, quien lo lograba era mirado como héroe y su leyenda contada por muchos años. Pero eso sólo les estaba reservado a los dichosos. Las leyes en este lugar eran paradójicas pero inmutables. Una de las más importantes decía: sólo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero sólo quien es dichoso puede escapar de él.

Pero los dichosos eran raros en los milenios. El que estaba dispuesto a intentarlo, tenía que someterse antes a una prueba. Si no la superaba, no era castigado él, sino su maestro, y el castigo era duro y cruel.

El rostro del padre había estado muy serio cuando le dijo: "Esta clase de alas únicamente sostiene al que es ligero. Pero sólo hace ligero la felicidad". Después había escudriñado largamente a su hijo y preguntado al fin:

- ¿Eres feliz?-
- Sí, padre, soy feliz- Y era lo más cierto del mundo. El hijo tenía un alma noble y amaba sin contemplaciones.

El día de la prueba, no llevaba sobre el cuerpo más que una red de pescador que arrastraba como una larga cola por las calles y callejas. Así lo quería el ceremonial. Estaba seguro que la superaría aunque no la conocía. Sólo sabía que la prueba se adecuaba por completo a la personalidad del candidato. De esta manera ninguna se parecía jamás a la de otro. Podía decirse que la prueba era precisamente en adivinar a través del autoconocimiento en qué consistía.

En todas partes donde llegaba se encontraba con desdichados que le miraban o seguían con ojos admirados, nostálgicos o llenos de envidia. Una vez el hijo sintió que la red que arrastraba quedaba prendida y volvió sobre sus pasos. Bajo el arco de una puerta vio sentado a un mendigo cojo que enganchaba una de sus muletas en la malla de la red.

-¿Qué haces?- le pregunto´.
-¡Ten piedad!- contestó el mendigo-. A ti no te pesará, pero a mí me aliviará mucho. Tú eres un hombre dichoso y escaparás del laberinto. Pero yo permaneceré aquí para siempre, porque nunca seré feliz. Por eso te pido que te lleves una pequeña parte de mi desdicha. Eso me daría consuelo.

Completamente conmovido, el hijo contestó: -Está bien, me alegra poder hacerte un favor con tan poco, yo me llevaré tu muleta-.

Ya en la siguiente esquina se encontró con una madre angustiada, vestida con harapos, acompañada de tres niños hambrientos.

-Supongo que no nos negarás a nosotros- dijo llena de odio- lo que le concediste a aquél.

Y prendió una pequeña cruz sepulcral en la red.

A partir de ese momento la red se hizo cada vez más pesada. Había un sinnúmero de desdichados en la ciudad-laberinto y todos los que se encontraban con el hijo prendían cualquier cosa en la red: un zapato, una prenda de vestir o una estufa de hierro, un rosario o un animal muerto, una herramienta o hasta una puerta.

Caía la tarde y se aproximaba el final de la prueba. El hijo avanzaba penosamente paso a paso, inclinado hacia adelante como si luchase contra una gran tempestad inaudible. Su rostro estaba cubierto de sudor, pero todavía lleno de esperanza, pues creía haber comprendido en qué consistía su misión y se sentía, a pesar de todo, con las suficientes fuerzas para llevarla a cabo.

Entonces anocheció y seguía sin venir nadie a avisarle que la prueba había concluido. Sin saber cómo, llegó con toda esa pesada carga a un punto elevado en la ciudad-laberinto y desde allí pudo ver una playa. Profundamente preocupado, el hijo se dio cuenta de que el sol descendía detrás del horizonte brumoso.

En la playa había cuatro hombres alados como él y vio claramente cómo eran absueltos. Preguntó a gritos si le habían olvidado, pero nadie le prestó atención. Tiró con manos temblorosas de la red, pero no logró quitársela de encima. Trató de volar, pero la red era muy pesada para sus alas, gritó una y otra vez, incluso llamó a su padre con desesperación.

En la última luz del crepúsculo vio cómo su padre con el rostro lleno de dolor y desesperación, era conducido a un coche negro tirado por caballos.

En ese momento el hijo comprendió que no había superado la prueba. Sintió cómo sus alas creadas en sueños se marchitaban y caían como hojas otoñales y supo que nunca volvería a volar, que nunca podría ser otra vez feliz y que, mientras durase su vida, permanecería en el laberinto. Pues ahora formaba parte de él.

lunes, 16 de agosto de 2010

De la ayuda al robo de la dignidad

Hace algunos años en un grupo de terapia una mujer de unos cincuenta años de edad, relataba su circunstancia. Ella era la tercera de cinco hermanos y después de la muerte de la madre había asumido el rol de la matriarca de la familia. Parte de su queja era que sus hermanos no se hacían cargo de sí mismos, ella se veía en la necesidad de "ayudarlos". El terapeuta preguntó de qué manera solía ayudar a sus hermanos, a lo cual contestó que les había buscado trabajo, les aportaba dinero y estaba normalmente inmiscuida en sus asuntos familiares. El terapeuta contestó con una pregunta que nunca en mi vida olvidaré: ¿Quién eres tú para quitarles su dignidad?

La creencia general es que la ayuda, en cualquiera de sus formas, es una manera positiva de relación. Sin embargo, la ayuda, como todos los comportamientos humanos puede guardar tras de sí una intención y/o efectos perversos en el entorno, en el "ayudado" y en el "ayudador".

La ayuda tendrá un efecto positivo cuando parta no de la carencia del otro, sino de su solicitud. Cuando una persona nos demanda cierto tipo de ayuda, reconoce su incapacidad o falta de voluntad para resolver alguna situación que su vida le plantea. En estos casos, la ayuda puede venir como una forma constructiva de relacionarse, siempre y cuando aquel que la provea, tenga un enfoque dignificante. Es decir, como dice la Biblia: "no me des el pescado, enséñame a pescar". Evidentemente este enfoque es difícil para muchos, dado que aquellos que demandan ayuda, quieren la resolución de sus conflictos, no así propuestas que busquen dotarlos de capacidades de solución. Sin embargo, en la mayoría de los casos, resolver un problema a una persona capaz (y dentro del grupo de los capaces englobamos a prácticamente el 100% de la población mundial), implica etiquetarla como inepto, negado, inútil, incompetente, torpe, nulo, inhabilitado, descalificado, desautorizado, etc.

Cuando ayudamos a los demás haciéndonos cargo de sus responsabilidades o bien sin que medie una solicitud expresa por parte de ellos, más bien nos estamos inmiscuyendo en sus vidas, robándoles la posibilidad de valerse por sí mismos y por ende de aprender.

Nadie tiene el derecho de quitarle a otro su dignidad. Por supuesto, esto no quiere decir que no debemos ayudar a absolutamente nadie, la ayuda es importante, es un valor constructivo y aquel que la brinda se manifiesta abiertamente generoso.

Entonces ¿cómo diferenciar cuando la ayuda puede tener fines positivos o negativos? Esta es una pregunta que cada uno deberá responder de acuerdo a un examen verdaderamente honesto de sus conductas y motivaciones. Para comenzar este examen, ofrezco dos parámetros a considerar:

1.- Muchos (yo diría que la mayoría) brindan ayuda con la finalidad de sentirse útiles, queridos, bondadosos, etc. Los fines de este tipo de ayuda son perfectamente personales y convierten al "ayudado" en un instrumento para obtener reconocimiento, afecto, y todas las ventajas escondidas que se adicionen.

2.- Si por ayudar renunciamos al bien estar personal y ponemos las necesidades de otros por encima de las propias, no podemos esperar mucho en términos de retribución o abundancia dado que estamos renunciando a lo que nos toca por derecho y la vida jugará nuestro juego con las reglas que le planteemos.

Si cualquiera de estas condiciones se cumpliese, podríamos confirmar un actuar perverso que responde a intenciones varias, con excepción de la de ayudar verdadera y auténticamente.

De igual forma ocurre cuando somos susceptibles de pedir ayuda y confirmarnos incapaces. Hay diferentes tipos de ayuda, por ejemplo, solicitar compañía, escucha o apoyo moral. Igualmente las solicitudes de herramientas de solución mantienen un enfoque que edifica. Sin embargo, muchas veces pedimos ayuda porque no queremos o no estamos dispuestos a hacernos cargo. En ese momento nos arriesgamos gravemente, ponemos nuestras capacidades en manos de otros, nos declaramos incompetentes para vivir, nos victimizamos y volvemos exigentes. Cuidado.

Es importante recordar que cada quien tiene los problemas que puede resolver.

miércoles, 4 de agosto de 2010

De las inversiones a largo plazo.

Hace algunos meses una amiga me planteaba la siguiente disyuntiva: ella había adquirido un departamento en preventa que le sería entregado algunos meses después. La renta de un segundo departamento para habitar durante los meses de espera era el siguiente paso. Las opciones eran rentar un departamento más pequeño para ahorrar dinero, lo cual implicaba vivir con ciertas incomodidades durante los meses de espera o bien rentar un departamento más grande y cómodo que lógicamente implicaría un costo mayor. ¿Qué hacer? ¿Ahorrar pagando el costo de las incomodidades o vivir cómodamente pagando el costo de un alquiler mayor?

Mi respuesta no se hizo esperar: "Renta el departamento pequeño" dije, "de esta manera ahorrarás dinero y es sólo por unos meses", a lo que ella contestó: "El dinero va y viene, sin embargo, voy a recordar esos seis meses el resto de mi vida consciente".

Esto me hizo reflexionar acerca de las inversiones que normalmente creemos productivas. En gran número de ocasiones, las personas son capaces de comprarse experiencias de incomodidad y sufrimiento por no contemplar la pintura completa.

Si quieres saber cómo será tu futuro, entonces observa detenidamente tu presente. Hace algunos años mi padre me confesó que le hubiera gustado haber pasado más tiempo conmigo durante mi infancia, pero en lugar de estar cerca de mí, mi padre, como muchos otros, estuvo trabajando y preocupándose por el futuro de su familia. No tengo idea de lo que hubiera sido nuestro futuro sin las horas que él le dedicó al trabajo, lo que sí tengo, es una vivencia presente de lo que fue vivir con un padre preocupado, ocupado y en cierto modo ausente. De la misma manera, él tiene claridad acerca de lo que representa vivir el hoy con ese vacío en su experiencia. Sin embargo, eso es lo que le enseñaron a hacer, eso es lo que la sociedad dicta como correcto.

¿Es entonces una inversión productiva?

Hace algunos años le dije a una mujer que solía asesorarse conmigo: "Creo que es un absurdo pasar cinco minutos en una actividad, lugar o con alguna persona que no me satisface". De verdad lo creo, y sin embargo, desde el paradigma actual de nuestras sociedades de conveniencia, la frustración, la pérdida del tiempo y las inversiones improductivas parecen inevitables.