viernes, 17 de diciembre de 2010

Del peligro de preferir la seguridad a la novedad.

   Pesado paño negro perdiéndose hacia los lados, hacia arriba en la oscuridad cuelga en pliegues verticales que movidos por una corriente de aire imperceptible ondean un poco de vez en cuando.
 
   Le habían dicho que ése era el telón del escenario y que en cuanto empezase a alzarse, él debería iniciar inmediatamente su baile. Le habían inculcado que no se dejase confundir por nada, pues desde allí arriba se tenía a veces la impresión de que el patio de las butacas no era más que un obscuro abismo vacío, otras veces parecía que se contemplaba el ajetreo de un mercado o una calle animada, un aula de colegio o un cementerio, pero que todo eso era una ilusión de los sentidos, en una palabra, que sin preocuparse lo más mínimo por la sensación que tuviese, por si alguien le mira o no, empezase, al mismo tiempo que se alzaba el telón, a bailar su solo.

   Así estaba, pues, allí, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano derecha colgando, la izquierda apoyada sueltamente en la cadera esperando el comienzo. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba, cambiaba esa postura, convirtiéndose, por así decirlo, en su imagen inversa reflejada.

   Todavía no quería alzarse el telón.
 
   La poca luz que venía de algún lugar en lo alto, se concentraba sobre él, pero apenas era lo bastante fuerte para que él pudiese ver sus propios pies. El círculo de claridad que le rodeaba le permitía distinguir vagamente el pesado paño negro que tenía delante. Ese era el único punto de referencia para la dirección que tenía que seguir, pues el escenario se hallaba en absoluta obscuridad y era vasto como una llanura.

   Se preguntó si había decorados y lo que podían representar. Para su baile no tenían la mayor importancia, pero le hubiera gustado saber en qué entorno le iban a ver. ¿Un salón festivo? ¿Un paisaje? Sin duda, al alzarse el telón cambiaría la iluminación. Entonces también se aclararía esa cuestión. Estaba de pie esperando, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano izquierda colgando, la derecha apoyada descuidadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio lo obligaba, cambiaba de postura, convirtiéndose de nuevo en la imagen inversa de su imagen reflejada.

   No debía dejarse distraer, pues en cualquier momento podía alzarse el telón. Entonces tenía que estar presente en cuerpo y alma. Su baile comenzaba con un poderoso golpe de timbal y un furioso torbellino de saltos. Si se retrasaba en la entrada todo estaba perdido, nunca recuperaría el compás inicial. Mentalmente repasó una vez más todos los pasos, las piruetas, entrechats, jettés y arabesques.

   Estaba satisfecho, tenía todo presente. Estaba seguro de que estaría bien. Ya oía crecer los aplausos como el dorado fragor del mar. También repasó una vez más el saludo, pues era importante. Quien lo hacía bien podía a veces prolongar considerablemente el aplauso. Mientras pensaba en todo esto estaba de pie esperando, una pierna cruzada sobre al otra, la mano derecha colando, la izquierda apoyada ligeramente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio lo obligaba, cambiaba de postura, transformándose de nuevo en la inversa imagen reflejada de su imagen reflejada.

   El telón seguía sin alzarse y se preguntó cuál podría ser la causa. ¿Habían olvidado quizás que él ya estaba allí en el escenario, listo para empezar? ¿Le buscaban quizás en su camerino, en la cantina del teatro o incluso en su casa, le buscaban angustiados y desesperados? ¿Debía hacerse notar en la obscuridad del escenario, avisar o hacer alguna señal con la mano? ¿O no le buscaban y había sido aplazada la representación por algún motivo? ¿La habrían suspendido al final sin avisarle? Quizás se habían ido todos hacía tiempo sin acordarse de que él estaba allí esperando su actuación.  ¿Cuánto tiempo llevaba ya allí? ¿Quién le había asignado además ese lugar? ¿Quién le había dicho que ése era el telón y que en cuanto se alzase debía iniciar su baile? Empezó a calcular cuántas veces se había convertido ya en su imagen reflejada y en la imagen reflejada de su imagen reflejada, pero inmediatamente se lo prohibió para no verse sorprendido por el súbito alzamiento del telón o quedarse mirando impotente al público sin recordar su papel. ¡No, tenía que permanecer tranquilo y concentrado! Pero el telón no se movía.

   Poco a poco la feliz excitación inicial fue dando paso a una profunda amargura. Tenía la sensación de que estaban abusando de él. Tenía ganas de echar a correr del escenario para quejarse enérgicamente en alguna parte, para gritar a alguien a la cara su desilusión, su rabia, para armar un escándalo. Pero no sabía muy bien a dónde tenía que correr. Lo poco que veía del paño negro que tenía delante era su única orientación. Si abandonaba aquel lugar, andaría a ciegas en la oscuridad y perdería infaliblemente toda orientación. Y era muy probable que precisamente en ese instante se alzase el telón y sonase el golpe del timbal del comienzo. Y entonces estaría en un lugar totalmente incorrecto, con las manos extendidas como un ciego, quizás incluso de espaldas al público. ¡Imposible! La idea le hizo enrojecer de vergüenza. No, no, tenía que permanecer a toda costa donde estaba, quisiera o no, y esperar a que le diesen una señal, si es que se la daban. Así que estaba allí de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, lam ano izquierda colgando lacia, la derecha apoyada pesadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el agotamiento le obligaba, cambiaba de postura, convirtiéndose por enésima vez en su imagen reflejada.

   En algún momento perdió la fe en que el telón se alzase alguna vez, pero al mismo tiempo supo que no podía abandonar su sitio, y que no podía descartarse la posibilidad de que a pesar de todo se alzase, contra todo pronóstico. Hacía tiempo que había desistido de abrigar esperanzas o de irritarse. Sólo podía seguir de pie donde estaba, sucediera lo que sucediera. Ya no le importaba su actuación, que se convirtiese en un éxito o en un fracaso o que no tuviese lugar. Y como ya no le importaba nada su baile, olvidó uno tras otro todos los pasos y saltos. De tanto esperar, olvidó incluso por qué esperaba. Pero se quedó de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, ante sí el pesado paño negro que se perdía hacia arriba y hacia los lados en la obscuridad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Del vivir en urgencia

Te comparto uno de los últimos poemas de Charles Bukowsy. Este es uno de los escritos que más han marcado mi vida.

Considero que es un ejemplo perfecto de cómo el miedo, las creencias limitantes y las experiencias del pasado nos hacen perder el tiempo y nos impiden disfrutar de la vida intensamente, nos alejan de lo importante, convierten la vida en algo gris. Al final, la luz siempre logra brillar a través de la bruma. Pero ¿por qué esperar hasta el final? Recuerda que tenemos muy poco tiempo y lo que no hayas vivido hoy, puede que ya no lo vivas nunca.

CONFESIÓN

Esperando la muerte
como un gato
que va a saltar sobre la cama
me da tanta pena mi mujer
ella verá este
cuerpo
blanco
rígido lo zarandeará una vez y luego
quizás
otra:
"¡Hank!"
Hank no responderá.
No es mi muerte lo que
me preocupa, es mi mujer
que se quedará con este
montón de nada.

Quiero que
sepa
sin embargo
que todas las noches
que he dormido a su lado
incluso las discusiones
más inútiles
siempre fueron
algo espléndido
y esas difíciles
palabras
que siempre temí
decir
pueden decirse
ahora:

Te amo.