miércoles, 20 de julio de 2011

De las expectativas.

He escuchado muchas veces un pensamiento maravilloso que dice así: "vive la vida sin expectativas, es el único camino para evitar la decepción". En efecto, la única manera en la que evito decepcionarme es cuando no espero absolutamente nada.

Si llego al evento sin expectativa alguna, entonces puedo vivenciar el evento en su totalidad, puedo vivirlo completamente, entregarme a él, disfrutarlo o sufrirlo según sea el caso y vivir experiencias completas. Es verdad. Todo lo que surja de una relación sin expectativas puede de facto sorprenderme y completarme y me aleja irremediablemente de la sensación de decepción.

Sin embargo, esta idea parece extremadamente romántica. ¿Cómo puedo vivir sin expectativas en este mundo que hemos construido? Tal vez si me mudo a la India o al Tibet, tal vez si ingreso a un templo budista y exploro las profundidades del "OM" puedo entonces deshacerme de mis expectativas y comenzar a vivir completo. No obstante, el hecho de acudir al templo budista en el Tibet implica una expectativa per se.

Tengo expectativas cuando me levanto por la mañana: espero que el calentador funcione, espero que el refrigerador refrigere, espero que mi pareja esté a mi lado. Voy a trabajar con expectativas, espero que mis clientes acudan a sus citas, espero que mis empleados lleguen a tiempo, espero que el edificio en el que se haya mi oficina no haya sido derrumbado o haya volado en mil pedazos por un ataque terrorista. Cuando voy al cine espero divertirme, entretenerme, llorar o reflexionar según sea el caso. Así cuando voy a la playa de vacaciones, cuando me voy a casar, cuando compro una casa o un automóvil. Cuando estudio una profesión y cuando hago una cita para hablar con un amigo. En todo momento tengo expectativas y buscar vivir sin ellas es casi un sin sentido, es prácticamente imposible.

La vida sin expectativas nos lleva a un estado de no-movimiento. Cuando este estado es natural, verdaderamente natural, se llama trance meditativo. Cuando este estado en no natural, se llama depresión. La gente que ha perdido la esperanza, ha perdido la expectativa, ha perdido los sueños y la ilusión se ha deprimido profundamente, cuando no está en un estado de trance inducido por la meditación profunda, en cuyo caso, la sensación de no-expectativa es momentáneo, poco duradero y verdaderamente constructivo.

Entonces ¿qué hacer con mis expectativas en mi vida diaria?

Entendamos entonces que gracias a que tengo expectativas me muevo en el mundo. Es decir, escribo esto porque espero que alguien lo lea, si no, no tiene ningún caso escribirlo. Trabajo porque espero que eso me rinda frutos en alguna medida. El mundo funciona con base en expectativas. Sin embargo, puede ocurrir que la expectativa se vuelva demasiado rígida, o en otros casos inalcanzable.

Si llego a un evento, tengo una expectativa de que pase algo, sin embargo, la vida puede contradecir mi expectativa. Si soy lo suficientemente flexible, entonces puedo deshacerme en ese momento de mi expectativa y vivir lo que la realidad me está planteando, en cuyo caso únicamente generaré una nueva expectativa.

Por ejemplo, supongamos que en mi trabajo otros compañeros de mi mismo nivel ganan más que yo, por lo que he decidido hacer una cita con mi jefe para hablar de mi aumento. Como espero convencerlo y ganar más dinero después de esa cita, produzco una linda presentación para mostrarle a mi jefe mis logros en la empresa y justificar mi aumento. Por fin el día de la cita llega, mi jefe me recibe, le hago mi petición, la sustento con mi presentación y espero su opinión. Entonces mi jefe me dice, no, no te vamos a dar un aumento pero permíteme diseñar un esquema de soluciones para tu sueldo, tal vez pensar en un ascenso. En ese momento he generado todo un nuevo paquete de expectativas que tienen que ver con un ascenso, no ya con un aumento. Si mi expectativa es muy rígida me genera decepción, y me aleja de la posibilidad de vivir la nueva realidad que me plantean, en cuyo caso, en el ejemplo que te brindo, me pelearía con mi jefe por más dinero o me sentiría decepcionado por el resultado de la cita.

Tal vez te planteo un ejemplo muy radical pero aplicado a otras áreas de la vida ocurre lo mismo. He escuchado gente esperando que su cónyuge sea diferente después de veinte años de matrimonio en los que ha exhibido la misma conducta de manera consistente. He escuchado gente que espera el reconocimiento de sus padres cuando toda la vida le han demostrado rechazo. He conocido gente que se aferra con todas sus fuerzas a un sueño que la vida le muestra inalcanzable, perdiéndose de la inmensa posibilidad de todo lo que le rodea.

El secreto es adaptar tus expectativas a la realidad dinámica y cambiante que tienes enfrente. No se si vivir con expectativas sea bueno o malo, lo que si se es que es prácticamente imposible deshacerte de ellas, el asunto es no permitirles que te roben la experiencia. Reconoce tus expectativas y reajústalas rápidamente cuando la vida te obstaculice el camino. Vive una vida de expectativa flexible y si puedes acude a meditación a aprender a liberarte de ellas verdaderamente.

domingo, 10 de julio de 2011

Del amor y su antagónico.

Don Miguel Ruíz en su libro "La Maestría el Amor" nos ofrece una imagen muy ilustrativa de la condición humana en general:

Imaginemos un planeta en donde todos los niños nacen en condiciones normales de salud. El organismo en perfecto equilibrio. La piel tersa y suave y el ánimo irrefrenable de los pequeños. Ese espíritu aventurero que los lleva a vivir las experiencias más arrojadas de la vida sin cuestionamientos. Algo pasa entonces, alrededor de los cuatro años de edad cuando la piel se comienza a llenar de llagas, heridas abiertas por todo el cuerpo, heridas que duelen y que supuran y que todos tratamos de cuidar. Las heridas están ahí, permanentemente abiertas y si alguien las toca o las rosa, duelen. Ahora que los niños van creciendo, van aprendiendo a cuidar sus heridas y a hacer los ajustes necesarios para que los demás no las toquen. A medida que el tiempo pasa, los niños que pronto se convertirán en hombres y mujeres, aprenderán a dejar de vivir realmente para dedicarse a cuidar sus heridas, con la idea perenne de que los demás tratarán de tocarlas. Pero esta idea está tan integrada a la experiencia de la vida, es una idea tan cotidiana, que hemos perdido conciencia de ella.

Ahora imaginemos que alguien llega con la promesa de amarnos, ese alguien quiere abrazarnos y besarnos, ese alguien quiere estar a nuestro lado y tocarnos libremente, sin condiciones. Entonces la experiencia del amor y su expresión se vuelve algo doloroso, profundamente doloroso.

Esto lo hemos vivido todos. Hemos pasado por experiencias duras en nuestro camino y toma tiempo identificar nuestras heridas, mismas que son activadas a la menor provocación por la simple interacción con otros. Toda la vida nos la hemos pasado cuidando que no nos lastimen, toda la vida sumidos en el miedo y totalmente distraídos de lo que es realmente relevante, importante, ajenos a la experiencia diaria, al momento presente.

¿Cómo ir sanando nuestras heridas? Lo primero es buscar identificarlas. Todos reaccionamos ante ciertos estímulos de manera descontrolada. Hay que ser honestos con nosotros mismos. Esos periodos de aislamiento, esa flojera, toda tu desidia, tus depresiones, tus enojos diarios, toda tu rigidez, cada vez que te pierdes en el alcohol o en los videojuegos o en el trabajo, estás reaccionando frente a tu propia herida. ¿Qué te lleva a evadirte? ¿Qué te lleva a "protegerte"? ¿Quién o quiénes?

Una vez identificada la herida podemos comenzar a trabajarla. No te engañes, reconocerla no quiere decir curarla, es un buen comienzo pero es sólo eso, un buen comienzo.

Encuentro que una buena manera de comenzar este trabajo es exponiendo la herida. Hemos invertido grandes cantidades de tiempo y energía escondiéndola y protegiéndola y eso no ha servido de nada, en el peor de los casos la ha agravado, en el mejor la ha dejado intacta. Así que es momento de exponerla.

Yo he podido compartir con algunos de mis amigos y conocidos cuáles son mis miedos más profundos. Esas ideas irracionales frente a las que me cierro, viviendo un proceso de regresión a estados infantiles, lleno de miedo y dolor, en donde no me podía defender y que ahora como adulto, dotado de nuevos recursos bloqueo, golpeo, abandono, etc. El primer efecto de compartirlo es que dejo de actuarlo. Frente al estímulo, ahora en conciencia puedo actuar diferente y explorar mi miedo y mi dolor, reconociendo mi fuerza y capacidad adulta y usando mis nuevos recursos de manera funcional.

He podido observar el segundo efecto en mis relaciones, en los demás. No he encontrado una sola persona que sabiendo el profundo dolor que me generan ciertas experiencias, haya intentado dolosamente hacerme daño, sino todo lo contrario. Una vez que muestro mis heridas, los demás han buscado si no aliviarla, si protegerla, evitar tocarla, evitar el roce con sus propios miedos. Este intento de los demás por ayudar ha sido una experiencia de sanación y recuperación de la confianza muy profunda.

El tercer efecto notable, es que he podido diferenciar cuando un tercero se dirige a mi desde su miedo y cuándo lo hace desde su amor. La diferenciación es clara y entonces puedo empatizar y detener ciertas agresiones y por supuesto disfrutar de la experiencia del amor que otros me ofrecen.

Así que la invitación es a que corras riesgos y te expongas. El amor tiene un antagónico primordial, la única experiencia que lo acaba, lo nubla, lo borra, lo bloquea, que lo transforma en agresión y odio: el miedo. Cada vez que te dejas llevar por tu miedo, te alejas del amor y el crecimiento.

No tiene ningún caso engañarte diciéndote que todo va a estar bien. Eso simplemente no es cierto. La vida tiene momentos muy dolorosos, situaciones difíciles para todos. Si eres valiente vas a llorar, vas a gritar. Si eres valiente te va a doler y lo vivirás profundamente.

No, no siempre las cosas van a estar bien. Pero lo que si te puedo asegurar es que en ningún momento bueno, malo o regular, tienes por qué estar solo.