lunes, 15 de julio de 2013

De la inmovilidad.

Muchas personas se quejan de no perder el camino o el rumbo.

Creo que de todos los momentos en los que he escuchado procesos ansiosos, los peores son cuando la gente dice. no sé qué hacer.

En alguna ocasión escuchaba a una mujer (una de esas personas que siempre apuestan a lo seguro, un buen empleo, un sueldo quincenal, prestaciones, vacaciones una vez al año, una vida estructurada) decir: si se me apareciera el genio de la lámpara, no sabría qué pedir.

Entonces el problema no es un exceso de trabajo, el problema no es ni siquiera una actividad que detestemos, el problema no es que no soporto a mi pareja. El problema es que no tengo un sentido, me la he pasado enteramente dedicado a cosas que consumen mi tiempo, pensando en beneficios secundarios, como la promesa de un retiro digno, la promesa de un camastro sobre la blanca arena frente al mar una vez cada año, la promesa de una vida tranquila. La promesa ha ocupado tanto tiempo la mente, el cuerpo, incluso el espíritu, que ya no hay más resto para pensar en lo verdaderamente importante.

Hace tiempo pensaba que es un sinsentido invertir cinco minutos de mi tiempo a una actividad que no disfrute. Sin embargo, cuando hago esta elección conscientemente, puedo sacar provecho, seguir en satisfacción. El problema es que la mayoría de las personas pierden la oportunidad de reflexionar sobre lo que hacen y así darles sentido.

Entonces siempre podemos contar con la valiosa cooperación de "la vida", "el destino", "el karma", "Dios" o como usted lo quiera llamar. Una fuerza irrefrenable nos sacará de nuestro estado de sopor, tarde o temprano, dándonos la oportunidad de reflexionar sobre lo que es verdaderamente importante. Así se pierde el empleo, sorpresivamente, el jefe nuevo no tiene una buena relación con usted, así después de treinta años de servicio se le liquida, simplemente, así se muere su pareja, sus hijos le abandonan, así sobreviene una enfermedad importante que le implica semanas de reposo. Así la vida lo detiene, y lo pone a pensar, a sentir, a ser.

Entonces sobreviene las preguntas largamente pospuestas: ¿qué hago?, ¿qué me gusta?, ¿quién soy?, ¿qué quiero? Algunos consideran estos momentos como una crisis. Lo son si se observa que se ha perdido la estabilidad cotidiana, conocida. Pero en realidad estamos frente a la oportunidad de colocar las velas en el sentido adecuado por una vez.

Cuando usted no sepa qué hacer con su vida, cuando las cosas pierdan sentido, cuando usted (si la ocasión se presenta) observa que lo que ha venido haciendo carece de verdadera importancia en su corazón. Cuando la vida no le permita seguir en su ritual de distracción diaria, usted se va a detener con una punzante sensación de angustia.

Úsela, haga algo, si no sabe qué, haga lo que sea, lo primero que le venga a la cabeza. Escriba, lea, tome café, hable con alguien, busque otro empleo u ocupación, encárguese del jardín, vaya a la clase de inglés. Haga algo, no se detenga por mucho tiempo, corre peligro de depresión. Pero lo que haga, hágalo consciente. Ya sea algo que disfrute o no, sea consciente de que eso que hace no lo llena mas que en horas, minutos y segundos, sea consciente de que está invirtiendo el tiempo en encontrar lo que realmente quiere. Muévase, salga de casa, no se encierre ni se aísle. Salga al mundo, a tomar el aire, el fresco, a ver a la gente pasar. Ocúpese.

Y entonces, en algún momento algo cobrará sentido dentro de usted. Casi sin notarlo, sin darse cuenta, intuirá, percibirá, sabrá qué es lo indicado para usted, qué es lo que le agrada, qué le satisface, donde estará su realización. Entonces llegó´el momento de ser valientes y tomar ese sueño como la última esperanza que la  vida le ofrece.

Agárrese fuerte de ese sueño, de esa idea, confíe en que, mientras sea suyo de manera auténtica, le llevará a condiciones de éxito, tal vez un éxito diferente del que usted conoce o cree desear, pero éxito al fin. El éxito de la gente feliz y plena.