domingo, 10 de julio de 2011

Del amor y su antagónico.

Don Miguel Ruíz en su libro "La Maestría el Amor" nos ofrece una imagen muy ilustrativa de la condición humana en general:

Imaginemos un planeta en donde todos los niños nacen en condiciones normales de salud. El organismo en perfecto equilibrio. La piel tersa y suave y el ánimo irrefrenable de los pequeños. Ese espíritu aventurero que los lleva a vivir las experiencias más arrojadas de la vida sin cuestionamientos. Algo pasa entonces, alrededor de los cuatro años de edad cuando la piel se comienza a llenar de llagas, heridas abiertas por todo el cuerpo, heridas que duelen y que supuran y que todos tratamos de cuidar. Las heridas están ahí, permanentemente abiertas y si alguien las toca o las rosa, duelen. Ahora que los niños van creciendo, van aprendiendo a cuidar sus heridas y a hacer los ajustes necesarios para que los demás no las toquen. A medida que el tiempo pasa, los niños que pronto se convertirán en hombres y mujeres, aprenderán a dejar de vivir realmente para dedicarse a cuidar sus heridas, con la idea perenne de que los demás tratarán de tocarlas. Pero esta idea está tan integrada a la experiencia de la vida, es una idea tan cotidiana, que hemos perdido conciencia de ella.

Ahora imaginemos que alguien llega con la promesa de amarnos, ese alguien quiere abrazarnos y besarnos, ese alguien quiere estar a nuestro lado y tocarnos libremente, sin condiciones. Entonces la experiencia del amor y su expresión se vuelve algo doloroso, profundamente doloroso.

Esto lo hemos vivido todos. Hemos pasado por experiencias duras en nuestro camino y toma tiempo identificar nuestras heridas, mismas que son activadas a la menor provocación por la simple interacción con otros. Toda la vida nos la hemos pasado cuidando que no nos lastimen, toda la vida sumidos en el miedo y totalmente distraídos de lo que es realmente relevante, importante, ajenos a la experiencia diaria, al momento presente.

¿Cómo ir sanando nuestras heridas? Lo primero es buscar identificarlas. Todos reaccionamos ante ciertos estímulos de manera descontrolada. Hay que ser honestos con nosotros mismos. Esos periodos de aislamiento, esa flojera, toda tu desidia, tus depresiones, tus enojos diarios, toda tu rigidez, cada vez que te pierdes en el alcohol o en los videojuegos o en el trabajo, estás reaccionando frente a tu propia herida. ¿Qué te lleva a evadirte? ¿Qué te lleva a "protegerte"? ¿Quién o quiénes?

Una vez identificada la herida podemos comenzar a trabajarla. No te engañes, reconocerla no quiere decir curarla, es un buen comienzo pero es sólo eso, un buen comienzo.

Encuentro que una buena manera de comenzar este trabajo es exponiendo la herida. Hemos invertido grandes cantidades de tiempo y energía escondiéndola y protegiéndola y eso no ha servido de nada, en el peor de los casos la ha agravado, en el mejor la ha dejado intacta. Así que es momento de exponerla.

Yo he podido compartir con algunos de mis amigos y conocidos cuáles son mis miedos más profundos. Esas ideas irracionales frente a las que me cierro, viviendo un proceso de regresión a estados infantiles, lleno de miedo y dolor, en donde no me podía defender y que ahora como adulto, dotado de nuevos recursos bloqueo, golpeo, abandono, etc. El primer efecto de compartirlo es que dejo de actuarlo. Frente al estímulo, ahora en conciencia puedo actuar diferente y explorar mi miedo y mi dolor, reconociendo mi fuerza y capacidad adulta y usando mis nuevos recursos de manera funcional.

He podido observar el segundo efecto en mis relaciones, en los demás. No he encontrado una sola persona que sabiendo el profundo dolor que me generan ciertas experiencias, haya intentado dolosamente hacerme daño, sino todo lo contrario. Una vez que muestro mis heridas, los demás han buscado si no aliviarla, si protegerla, evitar tocarla, evitar el roce con sus propios miedos. Este intento de los demás por ayudar ha sido una experiencia de sanación y recuperación de la confianza muy profunda.

El tercer efecto notable, es que he podido diferenciar cuando un tercero se dirige a mi desde su miedo y cuándo lo hace desde su amor. La diferenciación es clara y entonces puedo empatizar y detener ciertas agresiones y por supuesto disfrutar de la experiencia del amor que otros me ofrecen.

Así que la invitación es a que corras riesgos y te expongas. El amor tiene un antagónico primordial, la única experiencia que lo acaba, lo nubla, lo borra, lo bloquea, que lo transforma en agresión y odio: el miedo. Cada vez que te dejas llevar por tu miedo, te alejas del amor y el crecimiento.

No tiene ningún caso engañarte diciéndote que todo va a estar bien. Eso simplemente no es cierto. La vida tiene momentos muy dolorosos, situaciones difíciles para todos. Si eres valiente vas a llorar, vas a gritar. Si eres valiente te va a doler y lo vivirás profundamente.

No, no siempre las cosas van a estar bien. Pero lo que si te puedo asegurar es que en ningún momento bueno, malo o regular, tienes por qué estar solo.

1 comentario:

  1. Hoy me genere leer este ariculo, muy enriquecedor. Saludos Faritd!!! EVG

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