lunes, 16 de agosto de 2010

De la ayuda al robo de la dignidad

Hace algunos años en un grupo de terapia una mujer de unos cincuenta años de edad, relataba su circunstancia. Ella era la tercera de cinco hermanos y después de la muerte de la madre había asumido el rol de la matriarca de la familia. Parte de su queja era que sus hermanos no se hacían cargo de sí mismos, ella se veía en la necesidad de "ayudarlos". El terapeuta preguntó de qué manera solía ayudar a sus hermanos, a lo cual contestó que les había buscado trabajo, les aportaba dinero y estaba normalmente inmiscuida en sus asuntos familiares. El terapeuta contestó con una pregunta que nunca en mi vida olvidaré: ¿Quién eres tú para quitarles su dignidad?

La creencia general es que la ayuda, en cualquiera de sus formas, es una manera positiva de relación. Sin embargo, la ayuda, como todos los comportamientos humanos puede guardar tras de sí una intención y/o efectos perversos en el entorno, en el "ayudado" y en el "ayudador".

La ayuda tendrá un efecto positivo cuando parta no de la carencia del otro, sino de su solicitud. Cuando una persona nos demanda cierto tipo de ayuda, reconoce su incapacidad o falta de voluntad para resolver alguna situación que su vida le plantea. En estos casos, la ayuda puede venir como una forma constructiva de relacionarse, siempre y cuando aquel que la provea, tenga un enfoque dignificante. Es decir, como dice la Biblia: "no me des el pescado, enséñame a pescar". Evidentemente este enfoque es difícil para muchos, dado que aquellos que demandan ayuda, quieren la resolución de sus conflictos, no así propuestas que busquen dotarlos de capacidades de solución. Sin embargo, en la mayoría de los casos, resolver un problema a una persona capaz (y dentro del grupo de los capaces englobamos a prácticamente el 100% de la población mundial), implica etiquetarla como inepto, negado, inútil, incompetente, torpe, nulo, inhabilitado, descalificado, desautorizado, etc.

Cuando ayudamos a los demás haciéndonos cargo de sus responsabilidades o bien sin que medie una solicitud expresa por parte de ellos, más bien nos estamos inmiscuyendo en sus vidas, robándoles la posibilidad de valerse por sí mismos y por ende de aprender.

Nadie tiene el derecho de quitarle a otro su dignidad. Por supuesto, esto no quiere decir que no debemos ayudar a absolutamente nadie, la ayuda es importante, es un valor constructivo y aquel que la brinda se manifiesta abiertamente generoso.

Entonces ¿cómo diferenciar cuando la ayuda puede tener fines positivos o negativos? Esta es una pregunta que cada uno deberá responder de acuerdo a un examen verdaderamente honesto de sus conductas y motivaciones. Para comenzar este examen, ofrezco dos parámetros a considerar:

1.- Muchos (yo diría que la mayoría) brindan ayuda con la finalidad de sentirse útiles, queridos, bondadosos, etc. Los fines de este tipo de ayuda son perfectamente personales y convierten al "ayudado" en un instrumento para obtener reconocimiento, afecto, y todas las ventajas escondidas que se adicionen.

2.- Si por ayudar renunciamos al bien estar personal y ponemos las necesidades de otros por encima de las propias, no podemos esperar mucho en términos de retribución o abundancia dado que estamos renunciando a lo que nos toca por derecho y la vida jugará nuestro juego con las reglas que le planteemos.

Si cualquiera de estas condiciones se cumpliese, podríamos confirmar un actuar perverso que responde a intenciones varias, con excepción de la de ayudar verdadera y auténticamente.

De igual forma ocurre cuando somos susceptibles de pedir ayuda y confirmarnos incapaces. Hay diferentes tipos de ayuda, por ejemplo, solicitar compañía, escucha o apoyo moral. Igualmente las solicitudes de herramientas de solución mantienen un enfoque que edifica. Sin embargo, muchas veces pedimos ayuda porque no queremos o no estamos dispuestos a hacernos cargo. En ese momento nos arriesgamos gravemente, ponemos nuestras capacidades en manos de otros, nos declaramos incompetentes para vivir, nos victimizamos y volvemos exigentes. Cuidado.

Es importante recordar que cada quien tiene los problemas que puede resolver.

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