miércoles, 2 de febrero de 2011

De las experiencias obsoletas.

Miguel tenía cinco años de edad cuando su padre abandonó el hogar.  Su madre, completamente devastada por la experiencia de abandono y rechazo se hundió en la depresión. De esta manera, Miguel, tuvo que sobrevivir solo a partir de ese momento, dado que una de las personas que más amaba en el mundo le había abandonado físicamente y la otra lo había hecho emocionalmente.

Miguel aprendió a hacer las tareas escolares él solo, aprendió a lavar y planchar su ropa, aprendió a hacerse su lunch y a cocinar para su hermanita menor. Miguel aprendió un montón de cosas útiles que le ayudaron a sobrevivir y también aprendió a desconfiar del amor. Miguel sabía que nadie ama lo suficiente como para quedarse. Miguel entendió que él no era lo suficientemente valioso como para retener el amor.

Miguel creció lleno de desconfianza, sin crear demasiados vínculos y sin apegarse a nadie, inconscientemente temeroso de que le abandonaran nuevamente. Tuvo algunas novias en la adolescencia y juventud, que no pasaron de aventurillas superfluas y diáfanas. Así era la vida de Miguel, diáfana, etérea, falta de consistencia.

Un día como muchos otros, Miguel despertó con una sensación de angustia, pero esta vez era mayor que otras. Vivía solo desde hacía un tiempo (podría afirmarse que lo hacía desde los cinco años) así que no tenía a nadie con quién hablar, salió de su casa casi corriendo, buscando un desahogo para esa sensación de opresión en el pecho, las lágrimas a punto de brotar, la respiración entrecortada y una sensación que casi era de dolor físico. Entonces Miguel entró a una librería, era un sábado y la librería era el escenario de un concierto gratuito, lo cual había reunido a mucha gente, familias y amigos. Miguel se sintió más solo que nunca, mientras observaba a toda la gente que sonriente o seria tenía alguien junto a quién sentarse, alguien que abrazar, besar o con quién incluso pelear. Miguel supo entonces lo que era esa sensación en el estómago... soledad.

Totalmente desesperado, Miguel rompió a llorar en aquel lugar. No pudo contenerse, simplemente las lágrimas salieron junto con una bocanada de aire que hizo un ruido sonoro, un suspiro, un aliento, Miguel lloró, al principio apenado de que lo vieran, pero después ya nada importó, simplemente lloró, lloró y lloró porque estaba solo, porque no confiaba en nadie, porque no amaba a nadie, porque nadie lo amaba a él, Miguel lloró porque su padre se había ido y su madre lo había dejado solo, lloró hasta que de repente en medio de las lágrimas que mojaban sus pestañas observó a una niña pequeña que lo miraba curiosa, se podría decir que preocupada. La niña estaba muy cerca de él y le dijo: ¿Estás triste porque no encuentras a tus papás? La niña posó su manita infantil en la rodilla de Miguel y dijo: Si quieres yo te presto a los míos en lo que encuentras a los tuyos, de todas formas me regañaron por subirme en el cancel. Miguel ahora estaba perplejo. Se dio cuenta de que había un ser humano genuinamente interesado en su llanto, en su tristeza, en su dolor. Se dio cuenta de que tal vez había estado demasiado solo y ocupado en sobrevivir como para ver que podría haber otros interesados también. Miguel entendió que tal vez y sólo tal vez el mundo no es un lugar tan malo.

Miguel comenzó a ir a terapia. Dos veces a la semana va a sentarse frente a otro ser humano para aprender a confiar, para aprender a querer, para llegar a amar. Miguel está buscando actualizar sus creencias.

¿Qué experiencias en tu vida te han llevado a sacar conclusiones acerca de la vida y del mundo? ¿Por qué no le das una oportunidad al mundo? ¿Por qué no te das una oportunidad a ti mismo/a? Busca el botón de actualizar y apriétalo. Hoy eres un adulto, con más elementos y recursos para enfrentar los procesos de la vida. Recuérdalo.

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