lunes, 11 de agosto de 2014

Del como sentirnos satisfechos.

   Como todo lo verdaderamente importante, la satisfacción no tiene que ver con lo que logramos en la realidad, sino que es más bien una valoración interna. Encontramos entonces a personas que tienen una enorme porción de abundancia en sus vidas pero que viven un tremendo vacío, o por el contrario, afortunados seres que con poco se sienten inmensamente felices.

   Para poder llegar a ser parte de este segundo grupo, permíteme compartirte una pequeña historia. Así es como la Kabbalah explica la creación del mundo:

   En un principio todo era Luz. La Luz es la inteligencia infinita que todo lo abarcaba, todo lo llenaba. La Luz es plenitud, no conoce carencias, nada necesita. Otra característica que define a La Luz es el dar y compartir. La Luz es entonces plenitud y dar y compartir. Sin embargo, La Luz todo lo abarcaba, todo lo contenía y todo lo llenaba, no había nadie a quien darle y compartirle. La Luz creó entonces una segunda inteligencia infinita pero que sí conocía la carencia, a esta segunda entidad se le conoce como Vasija, la Vasija Original.

   De este modo se acomodaron por un tiempo, La Luz daba y La Vasija recibía todos sus dones, simple, sin complicaciones, sin procesos. Todo lo que La Vasija deseaba, era inmediatamente concedido por La Luz en una unión perfecta. Sin embargo, La Vasija comenzó a sentirse incompleta, insatisfecha. Recibir los dones de La Luz la hacía feliz pero ella también tenía interés en dar y compartir, La Vasija no se sentía bien con tan solo desear para recibir, ella quería hacer más, quería ganarse lo que recibía.

   A esta sensación experimentada por La Vasija Original se le conoce como pan de la vergüenza. Experimentamos el pan de la vergüenza cuando nuestra alma estima que no se ha esforzado por lo que tiene.

   El detalle es que no había nadie a quien darle, La Luz no tiene carencias. Había un problema. Entonces salieron con una solución: se manifestaría una realidad con millones de vasijas, todas ellas producto de La Vasija original, así, ésta podría dar y compartir todos los dones recibidos de La Luz. Pero ¿cómo evitar que las nuevas vasijas se llenaran de pan de la vergüenza a su vez? La regla cambiaría, para poder recibir los dones de La Luz, las vasijas deberían aprender a dar y compartir. Para poder recibir los dones de La Luz, hay que comportarse como ella.

   Las vasijas entonces se ganan La Luz a través de trabajo y esfuerzo, un esfuerzo que implica ir un poco en contra de su naturaleza, que es recibir. La vasija aprende a dar y entonces recibe.

   Venimos entonces a esta realidad a ganarnos la luz removiendo nuestro pan de la vergüenza.

La Kabbalah nos invita a examinar nuestras vidas y detectar en donde se encuentra nuestro pan de la vergüenza para poder removerlo. No hay modo en que nos sintamos satisfechos si nuestra alma no percibe que se ha ganado los dones que recibe.

   Encontramos pan de la vergüenza cuando en medio de la abundancia solo hay quejas, vacío, insatisfacción. Cuando sin importar lo que se tiene, la vida carece de sentido. Entonces hay que esforzarse, trabajar, remover el pan de la vergüenza y hacer los ajustes necesarios para sentir que nos merecemos lo que hemos conseguido.

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